domingo, 27 de enero de 2008

El adán, el esclavo, el hijo, el homosexual, el marido, el político, el sacerdote


EL PLAYBOY
Estoy metido en un buen lío: quiero a tres mujeres.
Esto es un infierno y ya dura tres meses. ¿Qué
puedo hacer ahora?

¡DEBES de ser todo un hombre! Una mujer es suficiente. ¡Necesitas protección legal! Pero si ya lo has tolerado pacientemente desde hace tres meses, espera un poco más. El tiempo lo asienta todo. Y las mujeres siempre son más perceptivas que los hombres; si tú no puedes hacer nada, seguro que, inevitablemente, lo harán ellas.


Juan y María empezaron a hacer el amor en el badén de las vías del tren. A medida que se iban animando fueron cayendo hacia las vías por las que venía un tren rápido.
El conductor, viendo los dos cuerpos sobre las vías, detuvo el tren justo a tiempo. Ahora bien, retrasar un tren es un delito grave y durante el juicio el juez pidió una explicación.
-Mira, Juan -dijo el juez-, yo soy un hombre de mundo y comprendo que tu amiga y tú quisierais divertiros. Pero ¿por qué no os apartasteis de la vía del tren?
-Bueno, esto es lo que pasó, su señoría -dijo Juan-; yo estaba llegando, el tren estaba llegando y María estaba llegando, así que pensé el que pueda parar que pare.


¿Es esto una bendición? Después de pasar mucho
tiempo solo, me he enamorado de tres mujeres a la
vez. Al principio era fácil, pero en cuanto intenté
profundizar en una relación, o yo salía corriendo
hacia la siguiente, o ella quería estar con otra
persona. Por supuesto, volvió a suceder lo mismo
en cuanto sintonicé con otra de las mujeres.
De modo que la alegría y el sufrimiento están muy
próximos, y me pregunto ¿estaré evitando algo?


¿No te parece que tres es más que suficiente? ¿Te parece que estás evitando la cuarta? Una mujer es bastante para crear un infierno, y me estás preguntando «¿Es esto una bendición?». Debe de ser una maldición disfrazada.


-¿Qué le ha pasado a Santiago? Hace tiempo que no le veo.
-¡Ah! Se casó con la chica que rescató cuando se ahogaba.
-¿Y está contento?
-¡Tú dirás! Pero ya no le gusta el agua.


Debes tener un gran espíritu..., tan inconsciente que ni siquiera tres mujeres te pueden alterar, o tan iluminado que «¿a quién le importa?».


Una noche, volviendo a casa del trabajo, tres compañeros de viaje se hicieron amigos en el vagón restaurante, y después de tres rondas empezaron a jactarse de las excelencias de sus respectivas parejas conyugales.
El primero afirmó orgullosamente:
-Mi mujer viene a buscarme a la estación todas las noches, y llevamos diez años casados.
-Eso no es nada -dijo el segundo mofándose-. Mi mujer también viene a buscarme, y llevamos veinte años casados.
-Muchachos, os he ganado a los dos -dijo el tercer viajero, que obviamente era el más joven del grupo.
-¿Cómo has llegado a esa conclusión? -quiso saber el primero.
-¡Supongo que tú también tienes una mujer que viene a buscarte todas las noches! -dijo despectivamente el segundo.
-Correcto -dijo el tercer viajero-, y ni siquiera estoy casado.


Tres mujeres, ¡y ni siquiera estás casado! Te van a usar de balón. Y estás preguntando, «¿esto es una bendición?»... con interrogación, por supuesto. Ten un poco más de cuidado. Este sitio es peligroso para la gente como tú. Aquí hay tantas mujeres que, si sigues así, pronto no quedará nada de ti y habré perdido innecesariamente a un discípulo. Piensa también en mí.


Weinstein, un empresario muy rico, tenía una hija muy fea. Encontró un hombre joven para casarla, y en diez años tuvieron dos hijos.
Un día, Weinstein llamó a su yerno a la oficina:
-Escucha -dijo-, me has dado dos nietos preciosos, me has hecho muy feliz. Te voy a dar el 45 por 100 de la empresa.
-¡Gracias, papi!
-¿Puedo hacer alguna otra cosa por ti?
-Sí, ¡cómprame mi parte!


Estoy dispuesto a comprarte a cualquier precio. ¡Pregúntale a tus tres mujeres!
El amor es importante, es una buena situación de aprendizaje, pero sólo es un aprendizaje. Una escuela es suficiente, tres es demasiado. Y con tres mujeres no podrás aprender mucho porque ¡con tanta actividad! Es mejor estar con una mujer para que puedas ser uno con ella totalmente, para que puedas entender sus deseos y los tuyos más claramente, para estar menos preocupado, atormentado, porque al principio el amor sólo es un fenómeno inconsciente. Es biológico, no es demasiado valioso. Sólo si le pones tu consciencia, sólo cuando te vas volviendo más meditativo acerca de él empieza a parecerte valioso, empiezas a surcar los cielos.
La intimidad con una mujer o un hombre es mejor que las relaciones superficiales. El amor no es una flor de temporada, tarda años en crecer. Y sólo cuando crece va más allá de la biología y comienza a contener algo espiritual. Estar con muchas mujeres o muchos hombres te hará superficial..., distraído tal vez, pero superficial; ocupado indudablemente, pero es una ocupación que no te va a ayudar en tu crecimiento interior.
Pero una relación de uno a uno, una relación duradera en la que os podáis entender mejor, es enormemente beneficiosa. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué necesidad hay de entender mejor a la mujer o al hombre? La necesidad es que todos los hombres tienen una parte femenina en su ser, y todas las mujeres tienen una parte masculina. La única forma de entenderla, la forma más fácil, la más natural, es estar en una relación íntima con alguien. Si eres un hombre debes estar en una relación íntima con una mujer. Deja que crezca la confianza para que caigan todas las barreras. Acercaos el uno al otro tanto para que puedas mirar profundamente a la mujer y la mujer te pueda mirar profundamente. No seáis falsos con el otro.
Y cuando tienes tantas relaciones tienes que ser falso, tienes que mentir continuamente. Tendrás que mentir, no podrás ser sincero, tendrás que decir cosas que no sientes..., y todas sospecharán. Es muy difícil que una mujer tenga confianza en ti si tienes alguna otra relación. Es fácil engañar a un hombre porque vive a través del intelecto; pero es muy difícil, es casi imposible engañar a una mujer porque vive intuitivamente. No podrás mirarle a los ojos; tendrás miedo de que te lea los pensamientos, y todos los engaños que estás escondiéndole, tantas mentiras.
De modo que si tienes muchas relaciones no podrás bucear en las profundidades del alma de la mujer. Y es lo único que necesitas, conocer tu parte femenina interna. La relación se convierte en un espejo. La mujer se mira en ti y empieza a encontrar su parte masculina, el hombre se mira en la mujer y empieza a descubrir su propia feminidad. Y cuanto más consciente te haces de tu parte femenina -el polo contrario-, más íntegro podrás ser, más equilibrado. Cuando tu hombre y tu mujer interiores desaparezcan el uno en el otro, se disuelvan, cuando ya no haya separación, cuando se hayan convertido en uno solo, te habrás convertido en un individuo. Carl Gustav Jung lo denomina proceso de individualidad. Tiene razón, ha escogido la palabra acertada. Y lo mismo le sucede a la mujer.
Pero mariposear con mucha gente te hará superficial, te mantendrá distraído, ocupado, pero no crecerás; y a fin de cuentas, lo único que importa es el crecimiento, el crecimiento de la armonía, de la individualidad, de tu centro. Ese crecimiento precisa que conozcas a la otra parte. El planteamiento más sencillo es conocer primero a la mujer en el exterior, para que puedas conocer a la mujer interior.
Como un espejo -el espejo refleja tu cara, te muestra tu cara-, la mujer se convierte en tu espejo, el hombre se convierte en tu espejo. El otro refleja tu rostro, pero si tienes alrededor tantos espejos, y estás corriendo de un espejo a otro, y engañando a cada espejo con el otro,
será un caos, te volverás loco.


Te enamoras de una mujer porque es algo nuevo: la psicología, las proporciones de su cuerpo, su cara, sus ojos, sus cejas, el color de su pelo, su forma de caminar, su forma de volverse, su forma de decir hola, su forma de mirar. Todo es nuevo, un territorio desconocido: te encantaría explorar este territorio. Es tentador, muy tentador, estás atrapado, hipnotizado. Y cuando comienzas a acercarte, ella se escapa; forma parte del juego. Cuanto más se aleja, más encantadora te parece. Si te dijese simplemente: «Sí, estoy dispuesta», mataría en ese mismo instante la mitad de tu entusiasmo. De hecho, empezarías a pensar en huir. De modo que te da la oportunidad de perseguirla. La gente nunca está tan contenta como durante el cortejo -muy felices- porque la persecución continúa. El hombre básicamente es cazador, de modo que cuando persigue a la mujer que se escapa, intentando esconderse aquí o allá, evitándole, diciéndole que no, el hombre se excita más y más. Es un desafío
intenso; tiene que conquistar a la mujer. Ahora sería capaz de morir por ella o lo que hiciera falta, pero tiene que conquistarla. Tiene que demostrar que no es un hombre corriente.
Pero en cuanto se han casado, entonces todo..., el interés estaba en la persecución, en lo desconocido, en que la mujer aparentemente era inconquistable. Pero ahora está conquistada; ¿cómo puede sobrevivir el antiguo interés? Como mucho, puedes disimular, pero el antiguo interés no puede continuar. Las cosas se empiezan a enfriar. Se empiezan a aburrir el uno del otro porque ahora hay otras mujeres que vuelven a ser nuevos territorios: te atraen, te llaman, te provocan.
Lo mismo ocurre con los pensamientos: estás encantado con una clase de pensamiento, pero cuando te has acostumbrado se acaba la luna de miel, se acaba el amor. Ahora te gustaría estar interesado en otra cosa, en algo nuevo que te emocione, te estimule.
De este modo vas de una mujer a otra, de un hombre a otro. Este tipo de búsqueda no te dejará tiempo para que aparezca la confianza.

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