Nada más nefasto, que alguien que crea tener la verdad, para los demás. (Abel Desestress)
REPROUCCION FIEL DE LA CARTA QUE CIRCULA EN INTERNET. VIA E-MAIL
Carta abierta a los 36 parlamentarios que interpusieron el Recurso de
Inconstitucionalidad de las Normas de Regulación de la Fertilidad ante
el Tribunal Constitucional. de CHILE
Queridos Señores (33) y Señoras (3);
Bueno, por lo general las cartas abiertas son respuestas a algún
comentario o acción de alguien relativamente importante escrita por
alguien definitivamente insignificante, así que primero que nada el
título no puede estar mejor puesto.
Segundo, mis queridos ilustres diputados, les confieso que nosotros
-la ciudadanía- no esperamos la gran cosa de ustedes en vuestra
calidad de legisladores. Es decir, ya sean oficialistas o de
oposición, con quien se junten o no, lo que coman, lo que hagan o no
con sus vidas (y con nuestro dinero), o que de vez en cuando nos
enteremos de una que otra de sus fechorías no nos quita el sueño. Como
sabrán –y vaya que lo saben- los chilenos somos en general personas
tranquilas, quitados de bulla, más preocupados de ir al supermercado
en nuestro poco tiempo libre o bien compartir con la familia y amigos.
La verdad que eso de salir a las calles a manifestarnos en masa o
protestar en la Plaza Italia y romper mamparas y alumbrado público no
es algo que hagamos muy frecuentemente (excepto para el 11 de
Septiembre y el Día del Joven Combatiente, claro está). Así, que a
alguno de ustedes le de por meterse en el bolsillo las lucas
destinadas a trabajos municipales, o que se repartan al cachipún los
cupos electorales, que se hayan autoasignado uno de los sueldos
parlamentarios más altos del planeta (¿seis o siete millones?), que no
asistan a las votaciones, que varios de ustedes participen en las
comisiones del congreso en las que tienen intereses económicos, que
nos hayan transformado en el último país de occidente en contar con
una ley de divorcio (la cual dejaron convertida en un enredo
administrativo de puta madre), que atiendan sumisamente los llamados
de las empresas que les financian sus campañas políticas, o bien que
voten en el senado para agraciar a tal o cual primo, hermano, pariente
en segundo grado, púdico sacerdote o extravagante guía espiritual nos
tiene, en general, sin cuidado. Aunque tampoco somos tan tarados; no
por nada consistentemente los elegimos -junto con el poder judicial
(que coincidencia, no)- como la institución peor evaluada de la
nación. En otras palabras mis patricios congresistas, que gracias al
binominal muchos de ustedes estén en esos puestos sin siquiera haber
obtenido una votación presentable, o que vuestro enardecido discurso
moral en ocasiones no se condiga con los intrincados orígenes de su
patrimonio material, o que varios de ustedes tengan la sofisticación
de una garrapata y la altura de miras y vuelo intelectual de un
semáforo, todo eso nos importa un pepino. Como pueblo, como masa, como
lumpen, como empleado fiscal, como profesora de provincia, sabemos que
el poder es un juego al que nos estamos invitados. Eso lo hemos sabido
desde siempre, desde que nuestros antepasados llegaron arrastrados por
la cesantía desde las salitreras o bien escapando de los caseríos
latifundistas. Así ha sido siempre y no vemos porque debiera cambiar
justo ahora. No tenemos problemas con eso, de verdad. Luego, espero
nos lo reconozcan, desde una perspectiva histórica creo que les hemos
dado bastante manga ancha. No se pueden quejar; los tenemos bastante
malcriados a los perlas.
Ahora bien, y entrando de lleno al punto que ha suscitado merecido
revuelo durante estos últimos días y que me ha obligado a sacarme el
bronceador y detener mis merecidas vacaciones en las hermosas Islas
Seychelles para abocarme a mis labores comunicativas
cívico-ciudadanas, este último numerito que se han mandado al
interponer un recurso de acusación en el Tribunal Constitucional para
prohibir la distribución y uso de ciertos métodos anticonceptivos
(algunos de los cuales se vienen usando hace más de cuarenta años) y
estando ad portas del que a todas luces será un desfavorable fallo
(desfavorable para el sentido común), este último de sus actos nos ha
producido tal desconcierto, desazón y molestia que bien podría
decirse que se acercan peligrosamente a límite de nuestra benévola
paciencia. En otras palabras mis queridos ilustres, en estos momentos
la ciudadanía nos preguntamos; ¿que cresta creen ustedes que están
haciendo?
Con sus intrincados argumentos medievales y vociferando enardecidos
panfletos sólo inteligibles para ustedes y sus más cercanos han
intentado ha martillazo limpio imponer sus parafernálica y fláccida
moral sobre todo el pueblo de Chile. Han metido su ponzoñoso dedo
legislativo y judicial en el útero de cada mujer en esta tierra. Sin
que nadie se los pidiera, sin que nadie lo necesitara, serpenteando y
palmoteando espaldas por entre los fangosos pasillos del aparato
judicial chileno (que siempre se muestra tan solícito a escucharles)
se han inmiscuido en el vientre de cada mujer, de cada madre, de cada
abuela, de cada hija, de cada esposa, de cada polola, de cada pareja
de nuestra largiforme nación. Bien hubiésemos esperado este
comportamiento inquisitivo y pechoño de esa tropa de fanáticos
religiosos con los que se rodean y que ya antes nos habían divertido
al lograr la prohibición de la película La Última Tentación de Cristo
(algo que en su época vimos más bien como una anécdota para el
recuerdo). Pero ustedes, ustedes son Diputados de La Republica
¡Ustedes son Honorables Diputados de La República de Chile! ¡Ustedes
fueron elegidos! ¡Ustedes!, que pasaron por el cedazo de las urnas
¡Ustedes!, que debieran al menos fingir que nos escuchan ¡Ustedes!,
que debieran saber que el nuestro no es un mundo de cilicios
autoflagelantes ¡Ustedes!, que en sus manos radica el poder para
afectar la vida de cada chileno, ya a que a diferencia de vuestra
merced, nosotros no tenemos fuero y seremos juzgados y regidos en
corrientes tribunales de acuerdo a las normas que salen de sus manos
alzadas ¡Ustedes!, que haciendo de patronos ginecobstetras ahora se
han metido en nuestras sábanas y han manoseado hasta en lo más
recóndito de nuestros abdómenes, y con una soberbia de la que hace
alarde sólo el que tiene pavor por el más allá, han dictado cátedras
paganas sobre temas que le son más propios a la ciencia -¡La Ciencia!-
y al sentido común.
Durante estos años de democracia, ataviados en oropeles, acarreados
por sus choferes particulares, refugiados en sus inexpugnables
oficinas en el Congreso, protegidos por guardaespaldas, custodiados
por guardias privados y conserjes que velan por cada uno de sus bienes
en los lujos condominios precordilleranos en los que habitan, han
construido y deformado de tal forma su perspectiva de la realidad que
ya ni siquiera son capaces de vislumbrar las consecuencias de sus
actos. Con una mano se han tapado el rostro con un manto de seda
mientras que con la otra han blandido la fusta de su moral rancia y
añeja que hasta ahora nos había parecido más bien una benigna
consecuencia del circo por el que cada año tenemos que pagar cientos y
cientos de millones de pesos. Y ahora ese monstruo de siete cabezas
engendrado en ese show de candilejas se ha vuelto una vez más contra
nuestra ya no sólo para quedarse con nuestros trabajo, con nuestros
impuestos y con buena parte de nuestra vida de sacrificios y largos
horarios; ahora también quieren nuestras almas. Y nos apuntan con el
dedo y nos juzgan y condenan con cargos que a duras penas logramos
entender. Ya que para nosotros llevar una T en el útero no significa
estar condenado a arder en el infierno hasta el fin de los tiempos.
Nosotros no creemos que estemos matando un ser humano ni mucho menos.
No nos consideramos aborteros o asesinos, como ustedes nos llaman.
Asesinos son otros. Asesinos y genocidas son otros. Ustedes, mis 36
dignísimos diputados, levitando en la nube del poder, la indiferencia
y la soberbia ya no son capaces de advertir que no somos más que
personas normales con un trabajo, con familia, tratando de pagar
cuentas, y dándonos pequeños gustillos muy de tanto en tanto, y a
crédito. No sentimos ni queremos la culpa que ustedes cargan y no nos
agrada que nos apunten con el dedo. Al contrario, y en vista a que
están sentados en esos felpudos sillones gracias a nuestros votos, de
verdad apreciaríamos que nos hicieran las cosas más fáciles, y no al
revés, como lo están haciendo ahora. Especialmente ustedes que se
decían los paladines de las preocupaciones reales de la gente (a
propósito; ¿qué opina le gente de esto?). En vez de tener que convivir
con sus cabezas enredadas en nuestras sábanas, apreciaríamos que
tuviesen la misma convicción y premura que han demostrado en estas
lúbricas materias en asuntos que nos serían de mucha más utilidad. Por
ejemplo, no nos vendría mal una ayuda con el impuesto específico de la
bencina que junto con el precio del petróleo nos tiene los bolsillos
raquíticos. Ni nada de mal estaría algún socorro para con el precio
del pan y de la leche, o mejor, ya que están preocupados de la salud
de los chilenos, algún proyecto ley que nos ayude con el tema este de
las Isapres que se ponen tan pesadas cada vez que uno de los nuestros
les da por enfermarse en serio. Y si no quieren o no les dejan
abocarse a esos temas, pues al menos déjennos en paz. No necesitamos
de sus acciones coercitivas. Déjennos vivir como vivimos. Así somos
nosotros, la masa, el populacho, la plebe, el C2 y C3, así somos; nos
gusta tirar, fornicar, hacer el amor, o como quieran llamarle. En
todas las formas y colores; con amor, sin amor, con pasión, apurados,
aprovechando la hora de colación, una cortita, una larga, el candado
chino, en fin. Por favor no olviden que al igual que otros mamíferos
superiores, como los delfines, papiones y chimpancés, nosotros, el
populacho, no tiramos sólo con fines reproductivos; tiramos por que
nos gusta. Tiramos por que es rico. Y claro que también nos mandamos
nuestras cagadas, y por eso que necesitamos de la famosa pastillita.
Claro que nos mandamos nuestras cagadas, ya que a pesar de que nuestra
presidente es doctora, mujer y laica, y también en buena parte gracias
a ustedes, jamás en nuestra vida tendremos una decente clase de
educación sexual en la escuela. Nunca nadie nos enseñará a planificar
a una familia, nadie nos dará un condón en la escuela ni nadie nos
contará del procedimiento para conseguir anticonceptivos en los
consultorios. Para nosotros la palabra gameto nos suena más a algún
olvidado delantero de la selección brasileña de fútbol. Para nosotros
el ciclo menstrual nos es tan misterioso y confuso como el software de
gestión de flota del Transantiago, y vaya a saber uno que chucha es
coitus interruptus. Todo lo aprenderemos a tientas, a empellones, a
oscuras, murmurando. Y en esas condiciones de analfabetismo-genital
claro que nos mandaremos nuestras cagadas y necesitaremos de la
pastilla de emergencia, más cuando no contamos con el dinero para
comprarla a sobre precio en alguna de las coludidas cadenas de
farmacias en los barrios acomodados, donde, cosa más rara, sí es
posible conseguir la famosa píldora. Y créannos, ilustrísimos
iluminados, que a pesar de nuestras pulsiones y comportamiento
primitivo conocemos las consecuencias, y es por eso mismo que
suplicamos por su benevolencia. Porque sabemos que no sería fácil ser
madre a los quince, catorce o trece. Porque si ya es difícil tratar de
aprender algo en una escuela pública con un presupuesto de treinta mil
pesos mensuales por alumno en la que apenas si aprendes a leer y a
escribir, mucho más nos costaría cuando tienes quince y te quedas
embarazada. Mucho más nos costaría cuando el director del colegio
subvencionado (el mismo que falsifica las asistencias) te expulsa para
que no le des "mal ejemplo" al resto de las compañeras. Mucho más nos
costaría cuando ser madre adolescente es un estigma y una carga, y no
una bendición.
Nosotros, mis hidalgos 36 promulgadores, respetamos sus creencias
religiosas y morales a las que incluso mayoritariamente adherimos o
simpatizamos de una u otra forma, aunque definitivamente no con el
fervor con el que ustedes aparentan hacerlo. Incluso, con un poco de
imaginación, podemos entender los motivos por los cuales ustedes
llegan a los extremos delirantes en los que viven; que piensen que el
sexo prematrimonial es un pecado, o bien que le digan fornicar a eso
que nosotros hacemos con tantas ganas cuando nos gustamos. Pero a
diferencia de ustedes, nosotros no pretendemos que todo el mundo haga
lo mismo que nosotros. Jamás se nos pasaría por la cabeza tratar de
imponerles tal o cual código de conducta sicosexual, ni mucho menos
juzgaríamos con intrincados trabalenguas morales lo que cada uno de
ustedes hace en su vida privada con sus prosaicos aparatos
reproductivos. Mucho menos -si tuviéramos el tiempo disponible, lo que
es difícil cuando trabajas diez horas diarias y tienes que viajar
otras tres en transporte público y con suerte nos dan una semana de
vacaciones al año- iríamos a un Tribunal Constitucional haciendo la
del niño taimado para intentar imponer nuestra obtusa visión del mundo
a punta de pataletas ¿Por qué entonces ustedes lo hacen con nosotros?
¿Por qué no nos dejan en paz? ¿Por qué no nos pegan una ayudita en vez
de andar hueviando?
Tengan cuidado honorables, que a diferencia de otras veces, como ya
dije, a diferencia de sus otros faranduleros espectáculos, esta vez ya
nos están empezando a empelotar de verdad, se los digo. Quizá la
próxima vez que sea llamado a votar obligatoriamente (ya que, cómo no,
tampoco se han tomado la molestia de bogar por el voto voluntario),
quizá a diferencia de aquellas otras veces en que anulé el voto o voté
al cara y sello, ahora quizá me tome la molestia de echarle un vistazo
a la papeleta para ver si aparece alguno de estos 36 lunáticos en
ella. Y quizá, cuando llegue la hora también me reservo el derecho de
mirar con fundada suspicacia al candidato o candidata presidencial que
ustedes me pongan enfrente. Quizá me pregunte y repregunte si vuestro
elegido vive en el mismo mundo de fantasía y de superchería que
ustedes, viviendo en la misma autista alucinación, desconectado de
nuestro sentir, de nuestras necesidades y de nuestros anhelos.
Para terminar mis queridos diputados, ya que esto está muy largo y a
estas alturas medio cursi y latero, lo más desconcertante e irritante
de todo es que con su acción maletera no han alterado ni una coma el
fondo del asunto, es decir, sobre la legalidad de vender o no la
-denominada por ustedes- Pastilla de Satán. La pastilla se seguirá
entregando a quien cuente con el dinero (y la receta, no nos
olvidemos) para comprarla. Lo único que han hecho es proscribir la
pastilla del sistema público de salud, o sea, han alejado la pastilla
de quienes no tienen la plata. Lo único que han hecho es agigantar de
una manera inexcusable el mayor pecado de nuestra tierra; han vuelto a
aumentar la diferencia, han levantado otro muro entre los que tienen
más y los que tienen menos. Con todo el poder que ostentan, con todo
el poder de ese mar que tranquilo te baña, con todo el poder que les
fue entregado, lo único que han hecho es asemejar nuestro mundo -el
mundo normal y cotidiano en el que los ciudadanos vivimos- a ese
mundo de castas y delirios morales en el que ustedes y sólo ustedes
viven. Han vuelto a parapetarse tras un muro de burocracia y poder al
que no dejan entrar. Una vez más nos han hecho más distintos, más
desiguales, y más lejanos.
Muy atentamente.
Max Barata, Entomólogo
Santiago de Chile, 5 Abril 2008.
domingo, 6 de abril de 2008
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