Barack Obama y su disfraz de Papá Noel
Muchos niños norteamericanos van a mandar este año a Barack Obama una carta como si fuera Papá Noel y pudiera salvarles las Navidades. Porque la situación económica es tan mala que millones de familias estadounidenses se quedarán sin regalos, no habrá dispendios en las cenas y las luces y adornos a las puertas de casa brillarán menos.
Cada día aparece una nueva estadistica que hace más difícil y complicada la llegada a la Casa Blanca de Oriente del nuevo Rey Mago de la política estadounidense. La industria del automóvil está al borde de la bancarrota; las mayores cadenas de tiendas de electrodomésticos cierran y despiden a miles de empleados; y el 40 por 100 de los consumidores no tiene dinero para gastarlo en regalos y festividades navideñas.
Los norteamericanos han cambiado sus costumbres forzados por los despidos, por los portazos que les dan los bancos cada vez que acuden a pedir dinero y por el aumento de la deuda personal que acarrean en sus tarjetas de crédito, en sus coches o en las facturas de la educación universitaria de sus hijos.
Y ya no toman en obligatorio café latte en Starbucks, que marcó la época de gastar sin fin, los nuevos ricos y la de la América a go-go, y se han pasado al más barato y aguado de McDonalds. La prueba definitiva de que Obama se encontrará a partir del 20 de enero una nación pobre, deprimida, sin dinero en las arcas del estado y con el poco que queda hipotecado para salvar a los bancos y a Wall Street.
Uno de los objetivos que tiene Obama es advertir a sus conciudadanos que no tiene una varita mágica que haga milagros y que todo lo que toque lo convierta en oro. "Las cosas no se solucionarán ni en un día ni en un mes y posiblemente tampoco durante mi mandato", ha afirmado para preparar a aquellos que le votaron confiando en que es un Rey Mago que llegará con su camello lleno de regalos.
Buscará cuanto antes un recorte de impuestos de unos 1000 dólares por familia y la extensión de los beneficios del desempleo para los estadounidenses que han perdido su trabajo este año. Y luego confiará en que la gente se aprete el cinturón, tenga paciencia y arrime el hombro. Y seguro que para demostrar su austeridad viajará poco por el mundo, se congelerá el sueldo, reducirá un buen número de puestos de la Administración y será muy precavido en lo que se gasta el dinero.
Obama es un hombre frugal al que no le gusta la pompa y los peloteos y ha decidido que este fin de semana cuando los líderes mundiales visitan Washington para hablar de la crisis financiera y económica se quedará en su casa de Chicago privándoles de la foto con él que tanto buscan.
Por eso ha delegado en Madeleine Albright, la que fuera secretaria de Estado, y en Jim Leach, un ex congresista republicano experto en el sistema bancario, como sus representantes. Y les ha dado la orden de que no se comprometan a nada ni con nadie en su nombre.
Muchos niños norteamericanos van a mandar este año a Barack Obama una carta como si fuera Papá Noel y pudiera salvarles las Navidades. Porque la situación económica es tan mala que millones de familias estadounidenses se quedarán sin regalos, no habrá dispendios en las cenas y las luces y adornos a las puertas de casa brillarán menos.
Cada día aparece una nueva estadistica que hace más difícil y complicada la llegada a la Casa Blanca de Oriente del nuevo Rey Mago de la política estadounidense. La industria del automóvil está al borde de la bancarrota; las mayores cadenas de tiendas de electrodomésticos cierran y despiden a miles de empleados; y el 40 por 100 de los consumidores no tiene dinero para gastarlo en regalos y festividades navideñas.
Los norteamericanos han cambiado sus costumbres forzados por los despidos, por los portazos que les dan los bancos cada vez que acuden a pedir dinero y por el aumento de la deuda personal que acarrean en sus tarjetas de crédito, en sus coches o en las facturas de la educación universitaria de sus hijos.
Y ya no toman en obligatorio café latte en Starbucks, que marcó la época de gastar sin fin, los nuevos ricos y la de la América a go-go, y se han pasado al más barato y aguado de McDonalds. La prueba definitiva de que Obama se encontrará a partir del 20 de enero una nación pobre, deprimida, sin dinero en las arcas del estado y con el poco que queda hipotecado para salvar a los bancos y a Wall Street.
Uno de los objetivos que tiene Obama es advertir a sus conciudadanos que no tiene una varita mágica que haga milagros y que todo lo que toque lo convierta en oro. "Las cosas no se solucionarán ni en un día ni en un mes y posiblemente tampoco durante mi mandato", ha afirmado para preparar a aquellos que le votaron confiando en que es un Rey Mago que llegará con su camello lleno de regalos.
Buscará cuanto antes un recorte de impuestos de unos 1000 dólares por familia y la extensión de los beneficios del desempleo para los estadounidenses que han perdido su trabajo este año. Y luego confiará en que la gente se aprete el cinturón, tenga paciencia y arrime el hombro. Y seguro que para demostrar su austeridad viajará poco por el mundo, se congelerá el sueldo, reducirá un buen número de puestos de la Administración y será muy precavido en lo que se gasta el dinero.
Obama es un hombre frugal al que no le gusta la pompa y los peloteos y ha decidido que este fin de semana cuando los líderes mundiales visitan Washington para hablar de la crisis financiera y económica se quedará en su casa de Chicago privándoles de la foto con él que tanto buscan.
Por eso ha delegado en Madeleine Albright, la que fuera secretaria de Estado, y en Jim Leach, un ex congresista republicano experto en el sistema bancario, como sus representantes. Y les ha dado la orden de que no se comprometan a nada ni con nadie en su nombre.
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