martes, 11 de marzo de 2008

Dos caminos para la energía: sexo y meditación


La vida del hombre tiene dos lados opuestos, dos pinturas. En cada hombre están presentes tanto Satanás como Dios. En cada hombre existen tanto la posibilidad del cielo como la del infierno. En el hombre puede crecer un ramo de hermosas rosas; también en el hombre puede acumularse un montón de barro. Todos los hombres están balanceándose entre estos dos polos. El hombre puede llegar a cualquiera de estos dos extremos. La mayoría de las personas se in-clinan hacia lo infernal. Son escasos los afortunados que aspiran a lo espiritual, que permiten que la cualidad divina crezca en ellos. ¿Po-demos lograr transformar nuestra vida en un templo de Dios? ¿Podemos acaso transformarnos en una pintura que deje en evidencia a Dios? ¿Cómo es posible esto?
Con esta pregunta reinicio la discusión de hoy. ¿Cómo puede el hombre transformarse en el reflejo de Dios? ¿Es acaso posible conver-tir la vida del hombre en un paraíso, en una fragancia, en una belleza, en una armonía? ¿Es posible para un hombre conocer aquello que es inmortal? ¿Cómo puede el hombre entrar en el templo de Dios?
En este contexto, los hechos de la vida evidencian un avance en la dirección opuesta. En la niñez nos encontramos en el paraíso; pero, a medida que envejecemos, terminamos en el infierno. El mundo de la niñez está lleno de inocencia y pureza. Luego, avanzamos poco a poco en un camino lleno de mentiras y perfidia, y para cuando somos ancianos, somos viejos no sólo en cuanto al cuerpo, sino que también nuestras almas han envejecido. No es sólo el cuerpo el que se debilita y se vuelve enfermizo, sino que el alma también llega a un estado de ruina. Damos este cambio por sentado, como un hecho consumado, damos por finalizado el asunto y también nosotros mismos nos damos por acabados.
Acerca de esta caída, respecto al viaje entre cielo e infierno, la religión es fatalista. El viaje debiera ser hecho en la dirección opuesta. El viaje debiera resultar ventajoso: de la pena a la alegría, de la oscuridad a la luz, de la mortalidad a la inmortalidad. Alcanzar lo inmortal desde lo mortal es el anhelo, la sed de nuestra alma más re-cóndita. La única búsqueda del alma consiste en ir desde la oscuridad hacia la luz. Lo único que desea la energía primaria es ir desde lo falso hacia lo verdadero.
Pero para ese viaje, el hombre debe preservar su energía, debe permitir que su energía crezca. Para ascender hacia la Verdad, para llegar al alma, el hombre debiera esforzarse por transformarse en un depósito de fortaleza ilimitada. Sólo entonces podrá alcanzar lo Eter-no. El paraíso no es para los débiles. Repito, el paraíso no es para los débiles. La Verdad de la Vida no es para aquellos que disipan energía y se vuelven endebles y blandos. Aquellos que malgastan la energía de la vida y se vuelven insípidos e impotentes en su interior, no pue-den emprender esta jornada.
Escalar esas alturas requiere energía, y la conservación de la energía es el requisito primordial de la religión. Pero somos una gene-ración débil y enferma. Poco a poco nos deslizamos hacia profun-didades de más y más debilidad, debido a la pérdida de energía. La vitalidad se disipa, y lo que queda en nuestro interior es un panal de celdillas secas. No queda nada, excepto un espantoso vacío. Así es nuestra vida, si la podemos llamar así. Nuestra vida es sólo una triste historia de continua pérdida. La vida que llevamos no es provechosa.
¿A qué se debe esta situación tan poco atractiva? ¿Cómo perdemos nuestra energía? El mayor escape de energía en el hombre es a través del sexo y debería ser obstruido. A nadie le gusta soportar pérdidas, sin embargo, tal como les dije antes, existe un motivo irresistible que lleva al hombre a abusar de su energía. Debido al beatífico vislumbre que obtiene en el sexo, el hombre es arrastrado, lo quiera o no, a perder energía una y otra vez. Debido al luminoso, pero huidizo, éxtasis que el sexo otorga, éste ejerce un atractivo tan magnético que el hombre se precipita en él perdiendo aquello que es la base de todo.
Si el mismo éxtasis pudiera obtenerse mediante algún otro medio, uno dejaría de malgastar su energía a través del sexo. ¿Existe alguna otra alternativa para vivir esa misma experiencia? ¿Existe acaso algún otro medio a través del cual podamos vivir la misma exaltada experiencia, por la cual penetramos en los lugares más apartados del alma, por la cual alcanzamos la cima más elevada de la existencia y en la que obtenemos un vitalizador vislumbre del éxtasis sutil y de la pura alegría en el cual todas las definiciones se evaporan? ¿Existe alguna otra forma? ¿Existe otra técnica con la cual podamos zambu-llirnos y dejamos llevar a ese sereno abismo que existe en nuestro interior? ¿Existe acaso algún otro proceso para unirse con la fuente eterna de paz y felicidad que se halla en todos nosotros?
El conocimiento de esto significaría una metamorfosis en el hombre. Y entonces, el hombre le volvería la espalda a Kama y se volvería hacia Rama; su recorrido sería «desde la lujuria al Señor». Tendría lugar una revolución interna; una nueva puerta se abriría.
Si al hombre no se le muestra una nueva abertura, dará vueltas repetitivamente en círculos y se destruirá a sí mismo. El arcaico concepto del sexo que el hombre ha tenido, le ha impedido incluso pensar en ninguna otra puerta de salida, en ninguna salida superior. Así es como se ha creado un gran caos destructivo en su vida.
La naturaleza ha dotado a la vida sólo con una puerta: la del sexo, pero las enseñanzas a través de los siglos han atascado esa puerta de descarga. A falta de una abertura adecuada, la turbulenta vitalidad en nuestro interior da vueltas y vueltas, estrujando y desintegrando la personalidad del hombre, convirtiéndole en un neurótico. Y además, el hombre desintegrado, no puede utilizar la puerta natural del sexo, y así la oleada de energía proveniente del interior destroza los muros y ventanas de su ser y erupciona... Como consecuencia, el hombre se desploma, se hiere en la cabeza, se rompe brazos y piernas. La energía sexual, debido a su confinamiento, al cierre de su escape na-tural y debido también a que la puerta supernatural aún no se ha abierto, fluye por salidas no naturales. Esta situación representa la mayor desgracia de la Humanidad. Aún no se ha abierto una nueva puerta y la antigua ya está cerrada.
Es por eso que me pronuncio claramente en contra de las enseñanzas tradicionales respecto al sexo, que apuntan a la enemistad y a la represión. El resultado final de todas estas antiguas enseñanzas es que la sexualidad ha crecido en el hombre y además se ha per-vertido. ¿Cuál es el remedio? ¿No existe acaso otra alternativa? ...
Echemos una ojeada a la situación detenidamente. La realización que se alcanza en el orgasmo incluye dos elementos: la ausencia de ego y la ausencia de tiempo. El tiempo se congela y el ego se evapora. Debido a la ausencia de ego y a la detención del tiempo, obtenemos una clara visión de nuestro propio Yo: nuestro verdadero Yo. Entramos en contacto momentáneo con esa gloria y regresamos nuevamente a la rutina. Mientras tanto hemos perdido una considerable cantidad de energía.
La mente suspira por obtener ese resplandor, por atraparlo nuevamente, pero ese resplandor, ese vislumbre, es tan huidizo que apenas lo hemos mirado, ya ha desaparecido. Lo que queda es un anhelo, una obsesión, una loca ansiedad por obtener esa experiencia nuevamente. Durante toda su vida el hombre intenta una y otra vez asir aquello; pero este vislumbre, esta experiencia vivificante, no per-manece.
Existen dos formas de alcanzar esa superconsciencia, de alcanzar la esencia del Yo interno: el sexo y la meditación. El sexo es la puer-ta que la naturaleza otorga. Es un curso natural. Los animales lo tie-nen, las aves lo tienen, las plantas lo tienen, los hombres lo tienen. Mientras el hombre se valga de esta puerta proporcionada por la Naturaleza, no se hallará por encima de los animales; no puede elevarse. Esa puerta también está al alcance de los animales. El día en que el hombre pueda encontrar una nueva puerta deberá ser considerado como el amanecer de la condición de ser humano en él. Antes de eso, no somos humanos. Antes de eso, el centro de nuestra vida coincide con el centro animal, el centro de la Naturaleza. En realidad, estamos al nivel de los animales hasta que no nos elevemos sobre esto, hasta que lo trascendamos. Somos en apariencia, hombres; nos vestimos como hombres, hablamos el lenguaje de los hombres. Pero interiormente, en el fondo, en nuestro centro, somos como animales. No podemos ser más que eso. Y ése es el motivo por el cual, a la menor oportunidad, salta afuera el animal que tenemos adentro. Durante la conmoción que supuso la formación de la India y Pakistán, llegamos a descubrir que hay un animal carnívoro agazapado tras la máscara del hombre. Nos dimos cuenta de lo que son capaces de hacer los que oran en los templos y recitan el Gita. Saquean, asesinan, violan. La misma gente que vimos ayer orando en templos y mez-quitas, la vimos hoy violando en las calles. ¿Qué les ocurrió?
Un hombre se toma unas vacaciones respecto a su humanidad siempre que encuentra la más ligera oportunidad para relajar sus obligaciones, y el animal que está siempre al acecho en su interior, que siempre está anhelando expresarse totalmente, se lanza afuera. El hombre está siempre tenso, frenando a este animal, encadenándolo.
En una multitud, en medio de las aglomeraciones, halla la ocasión para deshacerse de este forzado atavío de humanidad y olvidarse de sí mismo. En medio de la multitud, reúne el valor necesario para ol-vidarse de sí mismo, de este yo forzado. El animal es liberado. El hombre, como ser humano individual, no ha cometido tantos pecados como lo ha hecho mezclado en una multitud. Un hombre en solitario tiene miedo de que alguien lo reconozca; un hombre en solitario se preocupa un poco de la vestimenta que lleva pues puede que le reconozcan; un hombre en solitario reflexiona primero sobre lo que va a hacer. Teme que los demás le puedan llamar «animal». Sin em-bargo, en medio de una gran multitud, pierde su identidad. No le preocupa ser identificado. Ahora forma parte de la muchedumbre, y hace lo que la gente que le rodea está haciendo.
¿Y qué es lo que hace? Arroja piedras, incendia, viola. En medio de la muchedumbre, aprovecha la oportunidad para liberar a su ani-mal. Y ése es el motivo por el cual el hombre comienza a ansiar la guerra cada cinco a diez años; espera alguna revuelta a fin de soltarse. Si es con el pretexto del problema hindú-musulmán, para él está bien. Sino, la causa gujarati-marathi también sirve a su propósito. Si los gujarati- marathis no están listos para un alboroto, el problema entre la gente que desea hablar hindi y la que no desea hacerlo también puede satisfacerle. Debe conseguir un pretexto, cualquier pretexto para liberar a la bestia oculta en su interior.
El animal oculto en el hombre está frustrado por su encarce-lamiento continuo. Aúlla queriendo salir. Pero a menos que este ani-mal sea vencido, destruido, la consciencia del hombre no puede ele-varse por encima de la bestialidad.
Nuestra energía animal, nuestra fuerza vital, tiene sólo una puerta de salida fácil, y esa salida es la del sexo. El sellar ese canal producirá problemas. Antes de sellar este canal es muy necesario abrir una nueva puerta, de modo que las energías puedan ser desviadas en otra dirección. Esto es posible, pero aún no se ha hecho por la sencilla razón de que reprimir es mucho más fácil que transformar. Es muy fácil, más fácil, cubrir algo, sentarse sobre ello, que abordarlo, transformarlo, porque esto último requiere esforzarse en una sadhana, en un continuo camino de acción meditativa. De este modo optamos por la represión interna del sexo.
Al mismo tiempo, no nos damos cuenta de que nada puede ser destruido mediante la represión. Al contrario, se hace más fuerte la reacción. También olvidamos que la represión intensifica el atractivo por lo que se reprime. Aquello que reprimimos se transforma en el centro de nuestra conciencia y se sumerge en los estratos más profundos de nuestro subconsciente. Lo reprimimos durante nuestras horas de vigilia, pero durante la noche aparece en nuestros sueños, interiormente espera con ansiedad poder liberarse a la más pequeña oportunidad.
La represión no liberará de nada al hombre. Al contrario, como consecuencia, sus raíces entran profundamente en el subconsciente y nos apresan. En el proceso de pisotear el sexo, el hombre se ha enredado a sí mismo. Está atrapado.
Tanto es así que, aun cuando los animales son activos dentro de ciertos límites y en ciertos períodos de tiempo, el hombre no tiene período ni límite respecto a este punto. El hombre es sexual durante todo el año, en todo momento. Sin excepción, ninguna criatura del mundo animal es sexualmente activa hasta ese punto. Tienen un lapso de tiempo específico para ello, un período, una temporada. Viene y se va. Por tanto, el animal nunca reflexiona acerca del asunto... Pero miren: ¿qué le ha ocurrido al hombre? Aquello que el hombre intenta reprimir, suprimir, se ha extendido a toda su vida, se halla activo todo el tiempo.
¿Has observado alguna vez que un animal no está siempre activo sexualmente, pero que el hombre se halla dispuesto en cualquier momento y en cualquier lugar? La sexualidad está humeando en su interior, como si la sexualidad lo fuese todo en la vida. ¿Cómo ha surgido esta perversión? ¿Cómo ocurrió este desastre? ¿Por qué no le ha ocurrido a ningún animal? Sólo existe un motivo para ello: el hombre ha intentado lo imposible para reprimir al sexo. Y éste, en igual medida, ha entrado en erupción atravesando su personalidad.
Y piensa en todo lo que tuvimos que hacer para reprimirlo... Tuvimos que asumir una actitud insultante; tuvimos que degradarlo, maltratarlo; tuvimos que llamarlo pecado; tuvimos que vociferar que es pecado; tuvimos que decretar que aquellos que disfrutaban del sexo debían ser despreciados, debían ser desdeñados; tuvimos que inventar muchos epítetos difamatorios, para aseguramos de que la represión ocurriera. Pero no comprendimos que todos estos abusos y objeciones envenenarían todo nuestro ser.
Nietzche dijo una frase que resulta muy indicativa. Dijo que, aun cuando la religión intentó envenenar al sexo para matarlo, el sexo no murió, sino que sigue vivo, pero lleno de veneno. Hubiese sido mejor que hubiese muerto, pero no ha sido así. Está envenenado, y sigue vivo... El plan falló. La sexualidad que vemos a nuestro alrededor es la representación del sexo envenenado.
El gusto por el sexo también está presente en los animales, pues el sexo es la fuente de la vida, pero la sexualidad sólo está presente en el hombre, no en los animales. Mira los ojos de un animal. No encontraremos allí lascivia. Pero si observas los ojos del hombre, no verás otra cosa que la sucia lascivia del sexo. Y así, los animales son bellos en cierta forma, pero no existe límite a la fealdad y al hedor del hombre, el loco represor.
Por tanto, como primer paso para liberar al hombre de la sexua-lidad, debería enseñársele a los niños -niños y niñas- el sexo como materia, tal y como les dije ayer. Además de ese conocimiento, la fea e innatural distancia que existe entre ellos debiera ser eliminada. En realidad, se les debería acercar unos a otros. Su segregación va en contra de la naturaleza. El hombre y la mujer se han transformado en dos especies totalmente diferentes. Observando esta separación, estos compartimentos hechos por el hombre, es difícil suponer que ambos son de la misma especie: seres humanos. Si niños y niñas im-púberes fuesen libres de moverse en la casa sin ropas, tal como quisieran y cuando lo desearan, esto cortaría de raíz la curiosidad obscena e innatural que surge en sus mentes a una edad posterior. Sabemos muy bien cómo esta ignorancia respecto al cuerpo del otro se manifiesta en cierto tipo de tonta curiosidad infantil. Por ejemplo, a todos los niños de familias civilizadas les gusta «jugar al médico».
Aún más: me pregunto si conocéis un nuevo movimiento iniciado por un sector de la sociedad americana. La gente religiosa intenta lograr que vacas, búfalos, perros, gatos, caballos y otros animales no salgan a los caminos sin ropas. Opinan que se les debería vestir antes de sacarlos a la calle. La idea es que los niños pueden contaminarse si miran a un animal desnudo. ¡Qué divertido es pensar que un niño pudiera contaminarse viendo a un animal desnudo! Quieren formar una institución que prohíba a los animales ir desnudos por las calles. ¡Observad, eso es lo mucho que se está haciendo para salvar al hombre!
Estos mal llamados redentores son los que están destruyendo al hombre. ¿Has notado alguna vez cuán maravillosos y hermosos son los animales, incluso desnudos? Aun en su desnudez son inocentes, simples y llanos. Muy rara vez se te puede haber ocurrido que el animal se halla desnudo. No se te ocurre que el animal está desnudo, a menos que ocultes tu propia desnudez en tu interior. Pero aquellos que son miedosos y cobardes, lo están intentando todo debido a su propio miedo a la desnudez. El hombre está degenerando día a día debido a las innovaciones de esta clase de remedios.
El hombre debiera ser tan simple que pudiera ponerse de pie desnudo, sin ropas, inocente y lleno de gozo. Una persona como Mahavira hizo eso precisamente. Del mismo modo, toda persona debería cultivar una mentalidad que le permitiera ponerse de pie desvestido. La gente, la gente religiosa, afirma que Mahavira descarto el llevar ropas, que abandonó los vestidos, pero yo lo niego. Su chitta -su consciencia- se volvió tan clara, tan inocente, tan pura como la de un niño. Cuando no queda absolutamente nada que ocultar, el hombre puede exponerse desnudo. Se levantó desnudo a enfrentarse al mundo.
El hombre se cubre debido a una sensación de que debe tapar algo en su interior. Pero cuando no hay nada que ocultar, uno puede andar sin ropas. Lo que se necesita es un mundo en el que cada indi-viduo se sienta tan poco culpable, donde tenga la mente tan pura y serena, que le sea posible eliminar sus ropas. ¿Qué crimen hay en eso? ¿Qué peligro tiene el andar desnudo?
Si la ropa se utiliza debido a otras razones, esa es otra cuestión, pero si las utiliza únicamente debido al miedo a la desnudez, resulta despreciable. Las ropas que se utilizan debido al temor a la desnudez, indican una desnudez mayor, son prueba de una mente contaminada. Pero hoy en día, incluso vestidos, nos sentimos responsables, como si aún no nos hubiésemos despojado de la desnudez interna. ¡Ah, Dios es tan infantil! Pudo haber creado al hombre con la ropa puesta...
Por cierto, por favor no concluyan que estoy en contra de utilizar ropa. Pero no tengo reparos en proclamar que la ropa que se utiliza únicamente debido al temor a la desnudez no cubre, sino que descu-bre, la desnudez. La conciencia de la desnudez es abyecta, innatural y depravada. Y son antiguas tradiciones sociales las que han produ-cido esta conciencia. Una persona puede seguir desnuda aun vestida, y una persona desnuda puede parecer vestida. ¿Es necesario explicar más este punto después de ver las ropas modernas pegadas a la piel de hombres y mujeres? Este es el resultado de la inclinación insatis-fecha por ver y mostrar el cuerpo. Si hombres y mujeres se hallasen familiarizados con el cuerpo del sexo opuesto, ocurriría automá-ticamente que las ropas no servirían a otro propósito que el de proteger el cuerpo. Sin embargo, ¡qué lástima!, hoy en día las ropas son diseñadas para despertar la sexualidad.
¿A dónde va la civilización del hombre si la ropa ya no es ropa, sino que se ha convertido en un auxiliar de la sexualidad? Por eso es por lo que propongo que a los niños se les permita permanecer des-nudos hasta una cierta edad. Deberían percibir que la necesidad de las ropas sirve a otro propósito.
Además, el concepto de la desnudez constituye una actitud sub-jetiva. Para una mente simple, para una mente inocente, la desnudez no es ofensiva: posee una belleza propia. Pero hasta ahora, el hombre ha sido alimentado con veneno y poco a poco, con el paso del tiempo, éste se ha extendido a la vida entera. Como consecuencia, nuestras actitudes se han vuelto desnaturalizadas. La opresión general ha en-gendrado más complicaciones.
Cuando hablé acerca de este tema en la primera reunión, en el Auditorio Bharatiya Vidya Bhavan, una mujer se acercó y me dijo: «Estoy furiosa. Estoy muy enojada con usted. El sexo es un tema infame. El sexo es pecado. ¿Por qué habló acerca de eso y de forma tan prolongada? Yo desprecio al sexo».
Ahora bien, observad esto. Esta mujer desprecia el sexo, aun cuando es una esposa, tiene un marido y también tiene hijos e hijas. ¿Cómo puede amar a su marido, que le arrastra al sexo, y cómo puede amar a esos niños, que nacieron del sexo? Su actitud hacia la vida está impregnada de veneno. Su amor será venenoso. Y entonces exis-tirá un profundo abismo entre marido y mujer. También aparecerá una cerca de espinas entre madre e hijos, porque estos son fruto del pecado. La relación que existe entre ella y su marido se halla orientada hacia el pecado, perseguida por un complejo inconsciente de culpa. ¿Y podemos acaso intimar con quien tenemos una relación peca-minosa? ¿Podemos acaso armonizar con el pecado?
Aquellos que han envilecido al sexo han destruido la vida conyugal en todo el mundo. Esta actitud destructiva le ha producido al hombre daño y no liberación. El hombre que siente una barrera invisible entre él y su esposa no puede sentirse satisfecho con ella. Mira a las mujeres que le rodean, acude a prostitutas. Todas las mujeres del mundo hubie-sen sido hermanas y madres para él si se hubiese visto totalmente gratificado en su hogar. A falta de esto, ve esposas potenciales en todas las mujeres. Esto es natural, debe ser así, pues encuentra veneno, pecado y repulsión donde hubiese debido recibir felicidad, éxtasis, serenidad. No logra satisfacer sus necesidades primarias y entonces vaga por todas partes, busca en todos lados, ¿y qué es lo que no es capaz de inventar para satisfacer esas necesidades básicas? Nos queda-remos perplejos si intentamos revisar o hacer una lista de todas las artimañas que ha inventado.
El hombre se las ingenió para inventar muchos, muchos trucos y artimañas, pero nunca pensó en reconsiderar el impedimento funda-mental. Aquello que era una laguna de amor, se ha convertido en una ciénaga de sexo, y la ciénaga está envenenada. Y cuando existe una clara sensación de pecado, de veneno, una sensación de vacilación entre esposo y esposa, esa sensación de culpabilidad echa por tierra la exaltación de la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy cierto, a menudo pienso en trascender dicha nesecidad pero es dificil y complicado por lo que en la vida se centra tanto en los deceos
sexuales,que estos cuanto se repriman ciempre estaran en nuestro subconciente como una nesecidad.